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9780307741639

La cocina de Eva / Eva's Kitchen

by ;
  • ISBN13:

    9780307741639

  • ISBN10:

    030774163X

  • Format: Hardcover
  • Copyright: 2011-04-05
  • Publisher: Vintage Espanol
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Summary

Aunque Eva Longoria es mejor conocida por su papel de la p#xED;cara Gabrielle Solis en Desperate Housewives, en su tiempo privado, hay pocos lugares donde prefiera estar que en su cocina, preparando la comida que ama para su familia y sus amigos. En este libro Eva nos ense#xF1;a sus comidas preferidas, a trav#xE9;s de recetas que trazan la historia de su vida y nos lleva en un viaje culinario, desde los alimentos con los que se cri#xF3; hasta recetas inspiradas por sus viajes alrededor del mundo y a los platos que sirve cualquier noche en su casa. Criada en un rancho en Texas donde todas las comidas estaban compuestas por lo que cultivaba su familia, Eva, como muchos de nosotros, piensa que la buena cocina se basa en ingredientes locales, frescos y f#xE1;ciles de encontrar. En La cocina de Eva, comparte con nosotros los consejos esenciales para cocinar eficazmente y roc#xED;a las p#xE1;ginas con las historias y tradiciones que inspiran sus platos favoritos, incluyendo an#xE9;cdotas personales que reflejan la calidez, el humor y la alegr#xED;a de sus comidas m#xE1;s memorables. En su primer libro de cocina, Eva te da la bienvenida a su cocina, ofreciendo 100 de sus platos favoritos -muchos de ellos recetas familiares recogidas a lo largo de los a#xF1;os- infundidos con su pasi#xF3;n por la cocina. Comparte tambi#xE9;n los recuerdos de su crianza en un rancho en Texas, sus primeras aventuras culinarias, sus viajes al extranjero, noches con sus amigas en su casa y las comidas preparadas a #xFA;ltima hora antes de aparecer en la alfombra roja de los grandes eventos. Inspirada por su herencia, Eva destaca los elementos esenciales necesarios para preparar excelentes comidas mexicanas -al estilo tejano- y las recetas familiares y t#xE9;cnicas requeridas para preparar los mejores tamales, tortillas, arroz espa#xF1;ol y panes de polvo del mundo. Tambi#xE9;n ofrece una variedad de platos internacionales, desde platos latinoamericanos hasta italianos y franceses, todos inspirados por sus viajes alrededor del mundo. El sabor de su Lenguado al lim#xF3;n, por ejemplo, es capaz de transportarla a un peque#xF1;o hotel-restaurante que visit#xF3; en un viaje a Normand#xED;a; la receta de Frijoles cannellini con pimiento rojo triturado es un recuerdo de un viaje a Florencia, el kimchi le da un toque picante a sus Coles de Bruselas asadas -un acompa#xF1;amiento tradicional a sus cenas de Acci#xF3;n de Gracias- y la Sopa de calabaza de verano la trae de nuevo a la huerta de su familia en Corpus Christi. Con fotograf#xED;as a color de alimentos, retratos #xED;ntimos de su familia y amigos, y un vistazo a la casa de Eva y a su vida dom#xE9;stica menos conocida (la familia viene primero; actuar viene segundo, dice ella), La cocina de Eva atraer#xE1; a sus seguidores leales e inspirar#xE1; a los cocineros caseros a ampliar sus horizontes culinarios y crear comidas memorables para sus seres queridos.

Supplemental Materials

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Excerpts

Introducción

Mi amor por la cocina comenzó hace mucho tiempo, pero lo recuerdo perfectamente. Cuando tenía alrededor de seis años, mi mamá estaba saliendo para el trabajo temprano en la mañana y le dije que tenía hambre. “¡Pues cocínate algo!”, me contestó. Recuerdo claramente que halé una silla hacia la estufa y la encendí con un fósforo. (Ya sé, peligroso, ¡pero eran tiempos diferentes!). Seleccioné la sartén más pequeña que encontré porque quería cocinarme un huevo. No huevos, sino sólo un huevo. Rompí el huevo en el borde de la sartén, como había visto hacer a mi mamá muchísimas veces, y lo eché en la sartén.

Por supuesto, la sartén se llenó de cáscara de huevo. No usé mantequilla ni aceite, así que el huevo se pegó por todos lados. Ahora no me acuerdo si sabía bien, pero sí recuerdo la satisfacción que sentí después de cocinar ese huevo. Me sentí realizada y llena de energía. Ese día me enamoré de la cocina.

¡Quería aprenderlo todo! Quería  que mi hornito de juguete hiciera guisos como los de mi mamá. Quería que mi puesto de limonada ofreciera más sabores que limón. ¡Y para Navidad pedí mi propia batidora de mano! Al cabo del tiempo pasé de cocinar un huevo a asar carne y hacer mi propia salsa para espaguetis.

Tengo que agradecer a mi familia la inspiración que me dio para comenzar mi propia aventura culinaria. Mi papá jamás comía comida chatarra, así que a nosotros tampoco se nos permitía hacerlo. Y nunca se botaba nada. Crecí en un rancho en las afueras de Corpus Christi, Texas, donde cultivábamos nuestros propios vegetales y criábamos nuestros propios pollos. Todos los días, mi mamá cocinaba calabazas, zanahorias y frijoles sacados de nuestro huerto, y huevos acabaditos de poner. Siempre se usaba hasta el último resto de la cosecha, y cualquier sobra iba a la pila de desechos para el abono. Mi madre trabajaba tiempo completo como maestra de educación especial, se ocupaba de mi hermana mayor que tiene una discapacidad de desarrollo, y llevaba en el auto a sus otras tres hijas por todo el pueblo: a ensayos de porristas, prácticas de banda y otras actividades. Pero a pesar de eso, siempre se las arreglaba para tener la cena en la mesa a las seis. Esta fue una lección muy importante en mi vida. El hecho de que mi madre disfrutaba de cuidar a su familia además de tener su carrera me inspiró a ser igual que ella. En innumerables ocasiones me he encontrado vestida de Gucci y en tacones altos —peinada y maquillada, a punto de salir corriendo para un evento— mientras saco un pollo asado del horno para asegurarme de que mi familia coma antes de que yo abandone la casa para enfrentarme a cien fotógrafos en la alfombra roja.

Recuerdo haber cocinado un plato cubano todo el día (demora ocho horas) y luego llegar a un evento de alfombra roja donde un entrevistador me dijo: “¡Qué bien hueles, a comida!”.

“Oh, es comino”, le contesté, usando la palabra en español. “Estuve cocinando ropa vieja todo el día”.

Me hizo reír, pero al mismo tiempo me recordó que la familia viene primero.

Y luego estaba Tía Elsa, que fue quien más influyó en mi amor por la cocina. Murió hace unos años y todavía la extraño. Tenía un servicio de catering y en su cocina siempre se estaba preparando comida para algún evento o fiesta. Ella me inspiró muchísimo, y era un  pozo de información. Tenía un arsenal  de recetas en la punta de la lengua. Y, al igual que mis padres, sabía cómo lograr que los ingredientes duraran.  Ponías un pollo en manos de Elsa el lunes, y comías de él durante una semana entera; ella usaba la carne, los huesos, las alas, ¡todo! Como Elsa tenía un servicio de catering, había perfeccionado el arte de cocinar para muchas personas, así como de cocinar las bases de varios platos y congelarlas para usarlas más adelante. Por ejemplo, hacía los bizcochos más deliciosos añadiendo agua a una bola de dos galones de masa que mantenía en el congelador (les enseño esa receta en la pág. 177). Hacía esto con bases para chile, salsa de tomate, masa para galletas, refresco de frutas y tamales. Jamás medía, y de ese pecado yo también soy culpable. En realidad, como siempre  uso “un puñado de esto y una pizca de aquello”, ¡la parte más difícil de escribir este libro fue aprender a medir!

Creo que le debo a Elsa mi gusto por presentar bien la comida. Como todo lo que ella preparaba tenía que lucir tan bien como sabroso, Tía Elsa sabía como hacer resaltar el aspecto visual de un plato. Se valía de toques sencillos, como cortar las cortezas de los bocadillos para el té, y de decoraciones más complicadas, como servir ensalada de frutas dentro de una sandía ahuecada, de forma que el brillante rosado del interior relucía contra la vívida cáscara blanca y verde. Tengo que agradecerle (o culparla) por mi obsesión  de coleccionar hermosos artículos de mesa, desde manteles hasta servilletas y tazones de todos los tamaños, incluido  el tazón en forma de ají jalapeño que compré en México ¡y en el que siempre sirvo pico de gallo para que la gente sepa que es picante!

Tía Elsa era la fuente de una interminable lista de consejitos, ideas, recetas y creencias acerca de la cocina que jamás he escuchado en ningún otro sitio. Todos los días me daba un consejo, y siempre  lo hacía sin yo pedírselo. Eso es algo  que adoraba de ella: me enseñaba cosas quisiera o no. Me decía: “Evita, nunca metas tomates en la nevera”, o “Pon siempre las manzanas en la nevera”, o “Evita, vira la tortilla sólo una vez en el comal”. También era una fuente valiosísima de información práctica: “Usa una toalla de papel húmeda para recoger los pedacitos de vidrio roto”. Yo absorbía como una esponja todo lo que Tía  Elsa me decía, y en estas páginas lo comparto con ustedes. A lo largo de este libro, busquen sus consejos bajo la etiqueta de “De la cocina de Tía Elsa”.

Estoy encantada de poder compartir en este libro mi pasión por la cocina y las recetas y consejos culinarios que mi familia ha usado durante décadas. He hurgado en las cajas de recetas familiares y personales que he atesorado durante mucho tiempo y les ofrezco aquí técnicas probadas por nuestra familia para hacer las tortillas, el arroz a la mexicana, el guacamole y el pan de polvo caseros mejores del mundo, por sólo mencionar algunos.

Esas son las comidas que constituyen la base de mi propia aventura culinaria, y fue solamente después de irme de mi casa que descubrí el inmenso mundo culinario que existe más allá de la rica cocina tejana y mexicana. También incluyo recetas que he creado  y modificado a lo largo de los años que han recibido una influencia francesa,  latinoamericana, italiana y de diversos estilos internacionales, así como de mi conciencia política y del medio ambiente. Mi estilo de cocinar ha sido influido por una amplia gama de cocinas fabulosas que he probado y por los chefs increíbles que he tenido el privilegio de conocer a  lo largo de los años.

Una vez que me lancé en esta aventura culinaria, comencé a jugar con ingredientes para hallar formas novedosas, y a practicar más conscientemente los principios perdurables que me enseñaron  en el rancho de mi familia y en nuestra cocina: tratar a todos los seres vivos con dignidad y respeto y no malgastar nada que la tierra te ha dado. Durante un año me hice vegetariana, tanto por mi salud como para contribuir un poco menos a la tensión que la producción de carne de res y de ave pone en la tierra y en la gente que vive en ella. Aunque ahora he vuelto  a comer una dieta omnívora, sin duda aprendí algunas lecciones importantes  —y excelentes recetas de vegetales y granos— durante mis días libres de carne (vean el capítulo Deliciosos Acompañantes en la pág. 121). Hoy como mucha menos carne que antes y soy cuidadosa con los tipos de carne de res, de ave y de pescado que compro.

En cuanto a productos agrícolas, esta conciencia se extiende a las personas que cultivan y cosechan nuestra comida. Abogo mucho por la defensa de los derechos de los trabajadores agrícolas porque me preocupa cómo se trata a las personas que se encargan de nuestra alimentación, los ciudadanos de la nación mejor alimentada del mundo. Estados Unidos es el productor agrícola más prolífico del planeta, y es gracias a la dura labor de estos trabajadores que podemos mantener ese estatus. Es sencillo ayudar: compra productos agrícolas orgánicos. Hasta comprar una cantidad mínima de productos agrícolas orgánicos significa apoyar a productores cuyos trabajadores no tienen que manejar e inhalar los poderosos  pesticidas que usan las granjas típicas. Los  trabajadores agrícolas no deberían estar expuestos a estas sustancias venenosas, y la realidad es que tú tampoco deberías ingerirlas. La organización sin fines lucrativos Grupo de Trabajo Medioambiental, o EWG, del inglés Environmental Working Group (ver Recursos, pág. 220) ofrece una lista de frutas y vegetales cultivados por métodos convencionales que tienen la mayor cantidad de pesticidas. A los peores de estos los llaman “la docena sucia”. Incluso si decides comprar versiones orgánicas de sólo algunos de éstos, vas a lograr una diferencia. Podemos enviar mensajes efectivos a la gente que produce nuestra comida para hacerles saber dónde y cómo gastamos nuestro dinero, y por eso es que escojo cuidadosamente qué productores y métodos de producción apoyo. No es difícil —tan sólo chequea Recursos (pág. 220) para obtener información sobre EWG y otras organizaciones. Mientras más consumidores exijamos alimentos cultivados de una manera concienzuda, más baratos resultarán.

A fin de cuentas, hay pocos lugares en los que me gustaría estar más que en mi cocina. Casi nunca estoy sola allí; desde hace tiempo, mi cocina ha sido el sitio donde acuden tanto mis amigos como mi familia. Es un lugar que yo, de una manera benévola —o, si le preguntan a mi familia, a veces maniática— dirijo sola. (A menos, por supuesto, que estemos cocinando enchiladas, que se hacen más rápido con muchas manos). Cada amigo o miembro de la familia que pasa por allí me pide uno u otro de mis platos. En realidad, mis dos restaurantes Beso, en Hollywood y Las Vegas, son un resultado directo de este fenómeno: cocinar con amor para la familia y los amigos. Siempre me ha encantado cocinar para las personas que quiero. Pero mi cocina no es tan inmensa, así que lo lógico fue abrir un restaurante. (Primero pensé en abrir una verdadera taquería, pero cuando conocí al chef Todd English, y combinamos nuestras ideas y sensibilidades, surgió Beso). Y ahora he escrito este libro para compartir con  ustedes la alegría que siento y la comida deliciosa que me gusta preparar cuando estoy en la cocina. Al igual que Tía Elsa lo hacía por mí, voy a comenzar con algunos consejitos.

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