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9780307476173

La resurrección maya

by
  • ISBN13:

    9780307476173

  • ISBN10:

    0307476170

  • Edition: 1st
  • Format: Trade Paper
  • Copyright: 2010-03-09
  • Publisher: Vintage Espanol
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Summary

Del autor de El testamento maya, llega la segunda parte de la Trilogiacute;a maya Hace quinientos antilde;os, el Popol Vuh de los mayas profetizoacute; el nacimiento de unos poderosos hermanos gemelos: los hijos de Michael Gabriel. Jacob, de cabellos blancos y ojos azules oscuros, dotado de cualidades inhumanas tales como una gran capacidad psiacute;quica, una inteligencia especial y una visioacute;n profunda del cosmos, que sabe desde el momento de nacer que su destino va maacute;s lejos. Su hermano Immanuel, de cabello oscuro, rechaza su vocacioacute;n geneacute;tica y desea llevar una vida normal. Pero soacute;lo la combinacioacute;n de los poderes de ambos podraacute; resucitar al salvador, su padre, y librar a la especie humana de toda una eternidad repitiendo su propia autodestruccioacute;n. Existe un gran tercer poder sobre la tierra, nacido el mismo diacute;a que los gemelos. Sometida al lado maacute;s amargo de la existencia y dotada de un poder especial, la bella y esquizofreacute;nica Lilith, que viajaraacute; a traveacute;s de un camino maacute;s oscuro que conduce a Xibalba, la versioacute;n maya del infierno. Se libraraacute; una eacute;pica batalla del bien contra el malhellip; y se revelaraacute; el destino final de la raza humana.

Author Biography

Steve Alten es natural de Filadelfia y licenciado por Penn State University. Autor de varios bestsellers del New York Times, vive con su familia en Boca Rat=n, Florida, mientras escribe la tercera parte de la “Trilogfa maya”.
 
www.megsite.com

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Excerpts

1

21 de enero de 2013
30 días D.S.C.A.
(Después del Suceso Casi Apocalíptico)
Wellington, Florida

Eldojomide veinte metros de largo y diez de ancho, sus paredes están cubiertas de espejos, el suelo es de madera bruñida. El maestro Gustafu Pope, cinturón negro quinto dan y ex campeón de kárate de Argentina, se gira hacia sus gue­rreros «Bushi», que están sentados contra una pared en la postura del loto.

—Richard Rappaport. Andrea Smith.

Al oír su sobrenombre, Dominique Vázquez, de trein­ta y un años de edad, se pone en pie. Al igual que los demás alumnos del maestro Pope, esta belleza hispana de cabello ne­gro como el ébano va vestida con elBogucompleto, su arma­dura protectora. Lleva el pecho y el estómago cubiertos por elDo, la cintura por elTare, las manos y las muñecas por unos guantes llamadosKote. Se coloca en la cabeza, por encima de su larga cola de caballo, el casco conocido comoMen,cuya base fuertemente almohadillada le protege el rostro, la gar­ganta y ambos lados del cráneo.

En la mano sostiene elshinai, una espada que consiste en cuatro varas de bambú unidas en la empuñadura y en la punta por unas tiras de cuero. Diseñada para flexionarse al
golpear un objeto, lashinai, aunque es infinitamente más se­gura que sus predecesoras laFukurojinaiy laBokuto, sigue siendo un arma capaz de matar.

Se sitúa en su sitio, frente a su adversario. Rich Rappa­port es más corpulento, más fuerte y más experto que Domi­nique, pero no tiene su tenacidad.

El maestro Pope exclama:

Rei.

Los dos alumnos combatientes se miran el uno al otro y se saludan inclinándose.

—En sus marcas.

Asiendo con fuerza sus espadas de bambú, los dos adoptan una postura semiagachada.

—¡Comiencen!

Dominique ataca, gritando:

—¡Men!

Al mismo tiempo lanza un golpe por lo alto sobre la cabeza de su adversario. Rappaport lo bloquea, pero ella con­tinúa con su furiosa arremetida y su shinai se vuelve borrosa mientras descarga golpes contra los antebrazos y el pecho del hombre. Antes de asestar cada mandoble, Dominique va gri­tando las partes del cuerpo, con sus ojos castaños clavados en su adversario, estudiante de Kendo como ella, a través de los barrotes de su casco.

—¡Ush! —El maestro Pope concede un punto a Domi­nique por un golpe dirigido a la coronilla.

Los dos alumnos regresan a sus puestos.

—Uno a cero. En sus marcas… ¡comiencen!

—¡Kote! —Dominique avanza de un salto con la shi­nai levantada para descargarla sobre los antebrazos de Rappa­port…

—¡Men! —La punta de la espada de su adversario la alcanza en la garganta.

—¡Ush!

Dominique cae sobre una rodilla y traga saliva para aliviar el agudo dolor.

El maestro Pope se inclina sobre ella. —¿Puede continuar, señorita Smith? Ella afirma con la cabeza.

—Uno a uno. Vuelvan a sus marcas.

Ella se apresura a ocupar de nuevo su puesto, notando cómo le ha aumentado la presión arterial.

—Y… ¡comiencen!

Dominique es un volcán en erupción. Hierve de rabia, los músculos del brazo y del hombro se abultan bajo la arma­dura cuando hace girar lashinaicontra Rappaport, que se re­pliega y que para hábilmente todos sus golpes hasta que por fin termina propinándole un tajo en la cintura.

—¡Ush! —El maestro Pope señala a Rappaport—. Dos a uno, punto y partido. Salúdenme a mí, ahora el uno al otro… y estréchense la mano.

Rappaport tiende la mano con el semblante carente de toda expresión por la victoria.

Dominique estrecha la mano del alumno de más expe­riencia, pero evita su mirada.

—Señorita Smith, ¿tiene un momento?

Dominique guarda su casco en la bolsa de gimnasia y se reúne con el maestro Pope en su despacho.

—¿Sí, señor?

—¿Qué tal la garganta?

—Bien.

El maestro Pope sonríe.

—Menos mal que llevaba puesto elBogu, de lo contra­rio ahora estaría hablando por una segunda boca.

Ella asiente cortésmente, con las mejillas sonrojadas bajo su cutis hispano.

—Andrea, es usted una alumna excelente, de verdad, nunca he conocido a nadie que se entrene con tanto ahínco como usted. Pero en la batalla, la técnica no lo es todo. El Kendo nos  enseña a observar a nuestro adversario e idear la estrategia apropiada para lograr la victoria. Usted lucha con rabia, usted lucha para matar, y al hacerlo revela su debilidad a su oponente.

—Sí, señor.

—El Camino de la Espada es la enseñanza moral del samurai. El arte del Zen debe ir de la mano del arte de la gue­rra. La iluminación es la comprensión de la naturaleza de la vida ordinaria.

«¿La vida ordinaria? ¡Ja! Yo daría mi mano derecha por tener una vida ordinaria…»
El maestro Pope se la queda mirando como si le leyera la mente.

—La enseñanza delAi Uchiconsiste en frenar al ad­versario igual que él la frena a usted, entrenar sin rabia, aban­donar la vida o dejar a un lado el miedo.

—¿Le parezco asustada?

—Lo que yo perciba no tiene importancia. Cada uno de nosotros tiene sus demonios, Andrea. Espero que algún día el Kendo la ayude a enfrentarse a los suyos.

* * *

Dominique se pone una vieja camiseta del estado de Florida, pantalón corto y zapatillas de correr, a continuación mete su bolsa con el equipo en una taquilla y se encamina ha-cia la sala de musculación.

Chris Adair, su entrenador personal, la está esperando junto a la fila de las pesas, con su temido cuaderno en la mano.

—¿Qué tal te ha ido el Kendo?

—Bien —miente ella.

—En ese caso, es el momento de sufrir un poco. —Co­loca el banco con cierta inclinación y le entrega a Dominique las dos pesas de quince kilos cada una—. Quiero que hagas veinte repeticiones, y después pasaremos a las de veinte kilos.
Dos horas después, tras un masaje y una ducha, Domi­nique sale del gimnasio con el cuerpo todavía temblando de cansancio. La bolsa de gimnasia, llena con el equipo y la ropa húmeda, le provoca un dolor en el hombro derecho, y se apo­ya contra el pesado bastón de bambú buscando apoyo.

La mujer, mayor que ella y con el cabello quemado y de color naranja recogido en un moño, está de pie junto al Jeep, con una sonrisa de miembro de alguna secta pegada en la cara. Lleva los ojos ocultos tras unas gafas de sol anchas y en­volventes, de las que prefieren las personas mayores.

Dominique se aproxima con paso cansino, aferrando con fuerza el mango del bastón de bambú en su mano dere­cha. Escondido en el interior de ese falso estuche de bambú hay unakatana, la mortal espada japonesa de acero al carbo­no y de doble filo.

—Hola, Dominique.

—Perdone, debe de confundirme con otra persona.

—Relájate, querida, no voy a hacerte daño.

Dominique se queda a una distancia de un golpe de es­pada de la otra mujer.

—¿Desea alguna cosa?

—Simplemente hablar, pero aquí no. Quizá puedas acompañarme a mi casa de St. Augustine.

—¿St. Augustine? Señora, ni siquiera la conozco. Ahora, si me disculpa…

—No soy periodista, Dominique. Soy más bien una mensajera.

—Está bien, voy a morder el anzuelo. ¿De quién es el mensaje?

—De María Gabriel, la madre de Michael.

En su visión periférica, Dominique repara en los dos agentes de Homeland Security que se acercan, cada uno desde una esquina del aparcamiento.

—Lo siento, pero no conozco a nadie que se llame Mi­chael, y tengo que irme.
Se da media vuelta y echa a andar.

—María sabe que llevas en tu vientre a sus dos nietos, aún por nacer.
Dominique se queda petrificada y la sangre huye de su rostro.

—La energía de María atraviesa el mundo espiritual para entrar en contacto contigo. Corres un grave peligro, que­rida. Permite que te ayudemos.

—¿Quién es usted? —susurra—. ¿Por qué he de fiarme?

—Me llamo Evelyn Strongin. —La mujer se quita las gafas de sol y deja ver unos brillantes ojos de un intenso color azul—. María Rosen-Gabriel era mi hermana.

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