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9781416544746

A traves de cien montanas (Across a Hundred Mountains) Novela

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  • ISBN13:

    9781416544746

  • ISBN10:

    1416544747

  • Format: Paperback
  • Copyright: 2007-05-15
  • Publisher: Atria Books
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Summary

A traves de cien montanases un relato asombroso y conmovedor de migracion, perdida y hallazgo; de como dos mujeres -- una nacida en Mexico y la otra en los Estados Unidos -- encuentran que sus vidas coinciden de la manera mas improbable.Luego de una tragedia que la separa de su madre, Juana Garcia abandona su pueblo en Mexico para encontrar a su padre que habia dejado casa y familia dos anos antes para buscar trabajo en los Estados Unidos.Sin dinero y necesitada de que alguien la ayudara a cruzar la frontera, Juana conoce a Adelina Vasquez, una joven que dejo a su familia en California para seguir a su amante a Mexico. Al encontrarse en circunstancias desesperadas -- en una carcel de Tijuana -- se ofrecen mutua ayuda y sus vidas terminan entrelazadas de la manera mas inesperada.El fenomeno de la migracion mexicana a los Estados Unidos es uno de los problemas mas controvertidos de nuestro tiempo. Si bien se debaten con frecuencia sus implicaciones politicas y economicas, Grande, en esta obra brillante, logra ponerle un rostro humano al tema. Quienes son los hombres, mujeres y ninos cuya existencia se ve afectada por las fuerzas que impulsan a tantos a arriesgar la vida y cruzar la frontera en busca de un mundo mejor?Siga su trayectoriaA traves de cien montanasy compruebelo.

Author Biography

Reyna Grande es una reconocida autora, oradora motivacional y profesora de escritura. Su primera autobiografía, La distancia entre nosotros, fue finalista del National Book Critics Circle Award y seleccionado como un libro asignado para programas de lectura en más de veinte escuelas y colegios, así como en catorce ciudades del país. Vive en Woodland, California, con su esposo y sus dos hijos. Visita ReynaGrande.com.

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Excerpts

Adelina

-- Ésa es la tumba de tu padre -- repitió el viejo, en una voz casi inaudible. Había permanecido silencioso durante la mayor parte del cruce. Cuando tenía que hablar, lo hacía calla-damente, como si ese lugar fuera tan sagrado como una iglesia.

La frontera estadounidense.

Adelina miró el montón grande de piedras que él estaba señalando. El viejo tenía que estar equivocado. Su padre no estaba debajo de esas piedras. No podía estarlo.

Adelina se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. Luego se puso la mano como un visor para proteger sus ojos del brillo del sol. Dio unos pasos hacia adelante hasta quedar bajo la sombra de la peña que se elevaba sobre ellos y el montón de piedras.

¿Sería posible que su padre estuviera enterrado ahí?

A Adelina se le hizo un nudo en la garganta. Tenía la boca seca, y tragar saliva le lastimaba la garganta, como si estuviera comiéndose una tuna con todo y espinas. Sintió que las lágrimas le quemaban los ojos y rápidamente se los secó.

-- No es demasiado tarde para darnos la vuelta y devolvernos -- dijo el viejo -- . Tal vez sería lo mejor.

Adelina respiró profundamente, luego volteó a mirar los arbustos y matorrales esparcidos a su alrededor. La tierra parecía no tener fin. Les había tomado casi todo el día en llegar aquí. Esta vez no habían sido descubiertos por la migra.

Adelina volteó a mirar al viejo. Tenía que haber sido un buen coyote en sus viejos tiempos cuando era joven y ágil. Aun ahora, a sus sesenta años, con un ojo ciego y una rodilla lastimada, había logrado traerla hasta aquí, escapando de los ojos vigilantes de la migra en este su segundo intento.

-- Ya nos podemos ir de regreso -- dijo el viejo otra vez -- . Ya has visto su tumba, espero le baste con esto.

Adelina negó con la cabeza y empezó a caminar hacia las piedras.

-- Yo no vine a mirar una tumba. -- Se quitó la mochila que traía en su espalda y agregó -- : Yo vine a encontrar a mi padre y me lo llevaré conmigo, aunque tenga que cargar sus huesos en mi espalda.

El viejo la miró con sorpresa. Adelina no le miró el ojo café, el ojo bueno. Le miró el izquierdo, que estaba cubierto con un parche azul. Había descubierto que ésta era la única manera de hacer que el viejo desviara la mirada. El viejo volteó a mirar las piedras y no dijo nada.

Pero Adelina sabía lo que él estaba pensando. Ella le había mentido. No le había dicho que estaba planeando desenterrar el cuerpo y, si en verdad era su padre, se lo llevaría. Él no la habría traído si ella le hubiera dicho eso.

Adelina se agachó y empezó a levantar las piedras una por una. ¡Tantas piedras encima de él! ¡Tanto peso que aguantar! Quizá cuando las piedras desaparecieran, quizá cuando él estuviera libre, ella también lo estaría.

-- Puede que ni sea él -- dijo el viejo agarrándole el brazo para evitar que quitara más piedras.

-- Lo tengo que saber -- dijo Adelina -- . Por diecinueve años no he sabido qué le pasó a mi padre. Usted no tiene idea lo que es vivir así, sin saber. Hoy sabré la verdad. Adelina jaló el brazo. El viejo la soltó y ella continuó levantando más piedras. El viejo se alejó de ella.

Adelina trató de apurarse. Fue levantándolas una por una. Algunas piedras rodaron hacia abajo y le golpearon las rodillas. Tenía los dedos lastimados y le empezaron a doler. Todavía existía la posibilidad de que el viejo tuviera razón. Tal vez no era su padre. ¿Pero qué sería peor, que lo fuera o que no lo fuera?

¡Diecinueve años sin saberlo! Demasiados años pensando que él las había abandonado.

-- ¡Mira! -- gritó el viejo.

Adelina giró la cabeza y vió una nube de polvo ascendiendo en la distancia.

-- La migra -- dijo el viejo -- . Tenemos que escondernos.

Adelina volteó a ver las piedras y con desesperación empezó a tirarlas contra la peña. El sonido resonó contra el polvo acumulado. Ella tenía que saber quién estaba enterrado allí. Tenía que mirar por sí misma si en verdad era su padre.

-- ¿Qué estás haciendo? ¡Escóndete! -- El viejo rápidamente se dirigió hacia una grieta en la peña, pero Adelina continuó quitando las piedras y no se movió de donde estaba.

-- Déjelos que vengan -- dijo Adelina -- . Deje que la migra nos encuentre. Tal vez nos puedan ayudar a llevarnos de regreso los huesos de este hombre.

Adelina respiró con dificultad. Rápidamente quitó más piedras y desenterró una pequeña cruz de metal. Se cubrió la boca con la mano para ahogar un grito. Miró directamente al ojo cielo del viejo pero esta vez el no desvió la mirada.

-- Es un rosario blanco con cuentas de corazón, ¿verdad? -- preguntó el viejo.

Adelina asintió con la cabeza y miró la cruz mohosa, las cuentas blancas en forma de corazón, los huesos que alguna vez fueron una mano.

El viejo no había mentido.

-- Estaba apretando el rosario bien fuerte cuando lo descubrí muerto, ahí donde está ahorita -- dijo el viejo -- . Parecía que había estado rezando hasta su muerte. Rezando, tal vez, por un milagro.

-- ¡Ese coyote hijo de puta lo dejó aquí a que se muriera! -- gritó Adelina.

-- A tu padre lo mordió una culebra. El coyote probablemente lo dejó aquí pa' que la migra lo encontrara. Mira, ya vienen ahora.

Adelina se dio la vuelta y miró un vehículo blanco aproximarse. La migra había llegado. Solo que llegaban diecinueve años tarde para salvar a su padre.

Copyright © 2006 por Reyna Grande

Traducción copyright © 2007 por Reyna Grande



Excerpted from A Traves de Cien Montanas by Reyna Grande
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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