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9780060884314

Última Batalla, La

by
  • ISBN13:

    9780060884314

  • ISBN10:

    0060884312

  • Format: Paperback
  • Copyright: 2010-02-16
  • Publisher: HarperCollins Publications
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Summary

LA ULTIMA BATALLA ES LA MAS GRANDIOSA DE TODAS Narnia. . . donde las mentiras causan temor... donde esta a prueba la lealtad... donde parece que la esperanza ya no existe. Durante los ultimos dias de Narnia, la tierra entera se enfrenta a su reto mas grande -no se trata de un invasor proveniente de tierras lejanas, sino de uno que viene del interior. Las mentiras y la traicion se han apoderado de todo, y solo el rey junto con unos cuantos fieles seguidores pueden impedir la destruccion de todo lo que les es importante. Es el magnifico y conmovedor final de Las Cronicas de Narnia.

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Excerpts

La Ultima Batalla

Capítulo Uno

Junto al estanque del Caldero

En los últimos días de Narnia, muy al oeste, pasado el Erial del Farol y cerca de la gran cascada, vivía un mono. Era tan viejo que nadie recordaba cuándo había ido a vivir a aquel lugar, y era el mono más listo, feo y arrugado que pueda imaginarse. Tenía una casita de madera y cubierta con hojas, en lo alto de la copa de un árbol enorme, y su nombre era Triquiñuela. No había demasiadas bestias parlantes, ni hombres, ni enanos, ni seres de ninguna clase en aquella parte del bosque, pero Triquiñuela tenía un amigo y vecino, que era un asno llamado Puzzle. Al menos ambos decían que eran amigos, pero por la forma como se comportaban se podría haber pensado que Puzzle era el criado de Triquiñuela en lugar de su amigo, pues era él quien hacía todo el trabajo. Cuando iban juntos al río, Triquiñuela llenaba los grandes odres de piel con agua, pero era Puzzle quien los llevaba de vuelta. Cuando querían algo de las poblaciones situadas río abajo era Puzzle quien bajaba con cestos vacíos sobre el lomo y regresaba con los cestos llenos y pesados. Y las cosas más deliciosas que Puzzle transportaba se las comía Triquiñuela; pues tal como él mismo decía:

—Ya sabes, Puzzle, que yo no puedo comer hier-ba y cardos como tú, de modo que es justo que pueda compensarlo de otras maneras.

A lo que el asno respondía:

—Desde luego, Triquiñuela, desde luego. Lo comprendo.

Puzzle nunca se quejaba, porque sabía que el mono era más listo que él y pensaba que era muy amable de su parte querer ser amigo suyo. Y si alguna vez Puzzle intentaba discutir por algo, Triquiñuela siempre decía:

—Vamos, Puzzle, yo sé mejor que tú lo que hay que hacer. Ya sabes que no eres inteligente, amigo.

Y éste siempre respondía:

—No, Triquiñuela. Es muy cierto. No soy inteligente.

Luego suspiraba y hacía lo que su compañero había ordenado.

Una mañana de principios de año la pareja salió a pasear por la orilla del estanque del Caldero. El estanque del Caldero es el gran embalse situado justo bajo los riscos del extremo occidental de Nar-nia. La gran cascada cae a su interior con un ruido que recuerda un tronar interminable y el río de Narnia fluye a raudales por el otro lado. El salto de agua mantiene el estanque siempre en movimiento y con un borboteo y agitación constantes, como si estuviera en ebullición, y de ahí, claro está, le viene su nombre de estanque del Caldero. Su época de mayor ebullición es a principios de primavera, cuando la cascada está muy crecida por toda la nieve que se ha fundido en las montañas situadas más allá de Narnia, en el territorio sal-vaje del oeste, de donde proviene el río. Mientras contemplaban el estanque, Triquiñuela señaló de repente con su dedo oscuro y flaco y dijo:

—¡Mira! ¿Qué es eso?

—¿Qué es qué? —preguntó Puzzle.

—Esa cosa amarilla que acaba de bajar por la cascada. ¡Mira! Ahí está otra vez, flotando. Debemos averiguar qué es.

—¿Debemos?

—Desde luego que sí —dijo Triquiñuela—. Podría ser algo útil. Anda, salta al estanque como un buen chico y sácalo. Entonces podremos verlo bien.

—¿Saltar dentro del estanque? —inquirió el burro, moviendo las orejas.

—Y ¿cómo quieres que lo atrapemos si no lo haces? —replicó el mono.

—Pero... pero —repuso Puzzle—, ¿no sería mejor que entraras tú? Porque, ¿sabes?, eres tú quien quiere saber qué es, y a mí no me interesa demasiado. Y tú tienes manos, ¿sabes? Puedes asir cosas tan bien como un hombre o un enano. Yo sólo tengo cascos.

—Hay que ver, Puzzle —dijo Triquiñuela—, no imaginaba que pudieras decir jamás una cosa así. No esperaba esto de ti, la verdad.

—Vaya, ¿qué he dicho que esté mal? —repuso el asno, hablando en un tono humilde, pues se daba cuenta de que el otro estaba profundamente ofendido—. Lo único que quería decir era que...

—Querías que entrara yo en el agua —replicó el mono—. ¡Cómo si no supieras perfectamente lo delicado que tenemos siempre el pecho los monos y lo fácilmente que nos resfriamos! Muy bien. Entraré yo. Siento mucho frío con este viento tan cortante, pero entraré. Probablemente será mi muerte y entonces te arrepentirás de ello.

La voz de Triquiñuela sonó como si estuviera a punto de deshacerse en lágrimas.

—Por favor, no lo hagas, por favor, por favor

—dijo Puzzle, medio rebuznando y medio hablando—. No quería decir nada parecido, Triquiñuela, desde luego que no. Ya sabes lo estúpido que soy. Soy incapaz de pensar en más de una cosa a la vez. Me había olvidado de la debilidad de tu pecho. Claro que entraré yo. Ni se te ocurra hacerlo tú. Prométeme que no lo harás, Triquiñuela.

El mono lo prometió, y Puzzle rodeó el borde rocoso del estanque con gran ruido de sus cuatro cascos en busca de un lugar de acceso. Aparte del frío no tenía ninguna gracia meterse en aquellas aguas arremolinadas y espumeantes, y el asno permaneció quieto y tembloroso durante un minuto entero antes de decidirse. Pero entonces Triquiñuela le gritó desde atrás:

—Tal vez sea mejor que lo haga yo, Puzzle.

Y cuando el asno lo oyó se apresuró a decir:

—No, no. Lo prometiste. Ya entro. —Y se metió en el agua.

Una masa enorme de espuma le golpeó la cara, inundó su boca de agua y lo cegó. A continuación se hundió por completo durante unos segundos y cuando volvió a salir se encontraba en otra zona distinta del estanque. Entonces el remolino lo atrapó y le hizo dar vueltas y vueltas, cada vez más de prisa, hasta llevarlo justo debajo de la cascada misma, y la fuerza del agua lo empujó hacia abajo más y más; tanto, que creyó que no podría contener la respiración hasta volver a la superficie. Y cuando consiguió salir y acercarse por . . .

La Ultima Batalla. Copyright © by C. Lewis. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

Excerpted from La Ultima Batalla
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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