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9780060820725

Nuestras Vidas Son Los Rios / Our Lives are the Rivers

by
  • ISBN13:

    9780060820725

  • ISBN10:

    0060820721

  • Format: Paperback
  • Publisher: HarperCollins Publications

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Summary

Ambientado en la majestuosa geografia de los Andes, este libro apasionante cuenta la vida de Manuela Saenz, quien gano su lugar en la historia como el gran amor del libertador de Suramerica, Simon Bolivar. La vida de Manuela Saenz en si es fascinante. Abandonando su posicion como una de las mujeres mas ricas de Lima, Saenz trabajo clandestinamente con conspiradores para derrocar los representantes corruptos del reino espa?ol. Este camino eventualmente la llevo a conocer a Bolivar en 1822, cuando ella tenia veinticinco a?os. La atraccion fue inmediata y por ocho a?os fueron amantes, hasta la muerte de Bolivar. Durante esta epoca turbulenta, Manuela lucho en varias batallas, consiguiendo el rango de coronel, y fue eventualmente encarcelada, herida y por ultimo desterrada de por vida de Colombia y Ecuador. Nuestras Vidas Son los Rios dramatiza la lucha de Suramerica por su independencia no solo desde el punto de vista de Saenz, si no tambien desde la mirada de otras dos mujeres excepcionales: Natan y Jonotas, las esclavas de Saenz. Con este paso audaz, Manrique muestra diferentes (y a veces encontradas) versiones de Bolivar, de Manuela y de las consecuencias importantes del movimiento de independencia-no solo para los descendientes espa?oles, si no tambien para los esclavos y para la enorme poblacion indigena de los Andes. Esta novela ejemplar de Manrique revela a Manuela Saenz como una mujer unica y brillante a quien lectores modernos encontraran imposible de olvidar.

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Excerpts

Nuestras Vidas Son los Rios
Una Novela

Capítulo Uno

Quito, Ecuador
1822

Nací rica y bastarda y morí pobre y bastarda. Esa es, en breve, la historia de mi vida. Lo que significó para mí ser Manuela Sáenz, hija natural de Simón Sáenz de Vergara y Yedra y de Joaquina Aispuru, es una historia más larga. Pero la historia que quiero contar, la historia de mi amor por El Libertador, Simón Bolívar, comenzó mucho antes de conocerlo. Comenzó cuando yo era una niña en el colegio de las monjas Conceptas en Quito, donde me tuvo encerrada la familia de mi madre hasta que me fugué con el primer hombre que dijo que me amaba.

Mientras mis compañeras de clase se memorizaban interminables poemas románticos para recitar en las reuniones familiares, yo me aprendía de memoria largos pasajes de las proclamaciones de Simón Bolívar. Al final del año escolar, durante mis visitas a la casa de mi familia en Catahuango, buscaba copias de sus discursos y manifiestos más recientes que llevaba a escondidas al colegio y leía durante el par de horas al día en que lograba escaparme de la vigilancia de las monjas. Leía todo lo que encontraba sobre Bolívar en los pocos periódicos que llegaban a la biblioteca del colegio y me embebía con cada palabra de los relatos sobre él, que con tanta frecuencia eran el tema de conversación de los adultos. Para mí, Bolívar era el hombre más noble que existía en la tierra. Aunque nacido en el seno de la familia más rica de Venezuela, había renunciado a su fortuna para liberar a Suramérica. A mi juicio, ese sacrificio lo hacía aún más heroico. Su esposa murió cuando estaban recién casados, muy poco después de la boda. Se decía que su muerte lo afligió de tal manera que perdió la voluntad de vivir. A Bolívar vendría a salvarlo la revolución.

Había sido exiliado de Suramérica a Jamaica después de su primera derrota a manos del ejército español. Pronto hizo su regreso triunfal. Sus proclamaciones tenían el poder de conmover con la fuerza arrolladora y la verdad de sus palabras. Era un poeta, un guerrero, un gran amante. Adonde quiera que fuese, las mujeres se le entregaban a su paso. ¿Y quién podría culparlas? Yo estaba convencida de que él era el hombre por el cual Suramérica había esperado, el hombre que llevaría el continente hacia su independencia. En el momento mismo en que escuché hablar de las intrépidas hazañas de El Libertador, prometí mi vida a su causa.

Cuando tuve la edad suficiente para comprender que nosotros los criollos no podíamos asistir a los mejores colegios, ni ingresar en las profesiones más prestigiosas o exportar e importar mercancías de otros países que no fuesen España—en otras palabras, que jamás tendríamos los mismos derechos ante la ley que los españoles y simple y llanamente nunca seríamos tratados como iguales y con dignidad, por el único hecho de haber nacido en el continente americano—empecé a soñar con el día en que seríamos libres del dominio español. Por ello, cada una de sus victorias—victorias que liberaban de España más y más territorios de Suramérica—me enloquecía de alegría. Cuando me enteraba de que su ejército había sufrido una derrota, sentía como si el destrozo hubiese sido infligido en mi propia carne . . . me quedaba en la cama durante días enteros, y gritaba por el dolor que agobiaba mi cabeza. Si alguien de mi familia se atrevía a criticar a El Libertador en mi presencia, yo explotaba de rabia: "¡Qué raza tan ingrata!" les dije una noche a la hora de la comida a mi tía y a mi abuela, con lágrimas en los ojos. "Bolívar lo ha dado todo para liberarnos y lo único que hacen ustedes es burlarse de él. Si el futuro de nuestras naciones está en manos de gente como ustedes, estamos perdidos." Por lo que a mí atañía, el hombre era perfecto, y uno podía amarlo y creer en él, o bien pertenecer al campo de sus enemigos y carecer de razón para vivir. Mis amistades y mi familia aprendieron pronto a ser cautos cada vez que el nombre de Bolívar se mencionaba en mi presencia.

No fue hasta que ya era una mujer casada que se cruzaron por primera vez nuestros caminos. En 1822, yo había regresado a Quito procedente de Lima, decidida a vender Catahuango, la hacienda que me había legado mi madre. Para poder dejar a James Thorne, el inglés al que me había vendido mi padre, el hombre que me había tenido por esposa en Lima durante los pasados cinco años, resolví que tenía que liquidar mi única propiedad de valor. Mi matrimonio con James me había convertido en una de las damas más ricas del Perú, pero más que una vida de lujos, lo que quería era mi libertad, y asegurarla dependía de la venta de la hacienda.

Mi llegada a Quito, acompañada por mis esclavas, Jonotás y Natán, produjo una conmoción. Entré en la ciudad a caballo luciendo sobre el pecho el más alto honor que Perú concede a un civil: la medalla de oro de Caballero de la Orden del Sol, que el general San Martín me había otorgado el año anterior por mis contribuciones a la independencia del Perú.

Natán y yo acabábamos de empezar a desempacar mis baúles en mi antiguo dormitorio en casa de mi padre, cuando Jonotás irrumpió en la habitación y gritó con exaltación la noticia de que Simón Bolívar y sus tropas estaban ya en la Avenida de los Volcanes. Nos informó que se preparaban para recibir a El Libertador con un desfile y una gran fiesta de baile. Tan solo el año anterior, Bolívar había proclamado la formación de la Gran Colombia, que incluía las provincias de Nueva Granada, Ecuador, Panamá y Venezuela.

Así que no habría podido programar mi llegada a Quito más oportunamente si hubiera tenido conocimiento de los planes de Bolívar. Su arribo inminente era una señal del destino. Estaba resuelta a conocer . . .

Nuestras Vidas Son los Rios
Una Novela
. Copyright © by Jaime Manrique. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

Excerpted from Nuestras Vidas Son los Rios by Jaime Manrique
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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