What is included with this book?
Una Lista de Quejas | p. 1 |
Apartamentos de Interes Social | p. 131 |
Llene una Solicitud. Pase a la Lista de Espera | p. 271 |
Agradecimientos | p. 289 |
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Lacasa a la que estoy a punto de prenderle fuego se levanta solitariaen una colina.
Bajo esta oscuridad de Westchester, parece una casa solitaria quepodría pintar Hopper. Hay un camino de entrada lo suficientementeamplio como para que pase un camión. Un jardín con árboles y unespacio abierto donde puede uno imaginar a los niños Kennedy jugandotouch football; las sonrisas perfectas, las rodillas de sus pantalonescaquis manchadas de hierba. No hay mar, pero un porche demadera da la vuelta completa alrededor de la casa como si la abrazara.Ventanas grandes y habitaciones espaciosas, la casa americana conlas que sueñan los nuevos inmigrantes. El tipo de casa que Américale promete a uno si trabaja duro, ahorra sus centavos y saluda labandera.
Abro la puerta de malla, pulso el código de la alarma y estoyadentro. Se trata de mi casa, en realidad. El propietario no la quiere. Es mi casa durante estos preciosos y escasos minutos. Puedo deleitarmefisgoneando en la vida de otro. Caminar por unos pisos de maderacomo en los que algún día espero vivir.
Recién contratado, solía entrar a estas casas con mis galones delata llenos de kerosene y empapaba rápidamente las camas, los sofás ylas cortinas. Lo encendía todo y me largaba de inmediato. Ahora,echo una mirada alrededor, preguntándome por qué, además del dinero,esta persona quiere que su casa sea destruida para siempre. Caminode un lado a otro, levanto los portarretratos, estudio condetenimiento los rostros de los seres queridos. Veo secretos de unainfancia que nunca conocí, secretos de caballos y casas de campo, devacaciones en verano. Abro cajones. Hurgo entre la ropa. Leo loslomos de los libros y trato de encontrar claves sobre la vida de estapersona. En una oportunidad le prendí fuego a una casa donde encontrétodo un juego de uniformes de porristas en un armario en elático. ¿Era su esposa la entrenadora? ¿Asesinó él a las muchachas delequipo? ¿Quién lo sabe?
Doy una vuelta. La casa es hermosa pero todo el mobiliario estápasado de moda; las lámparas, las puertas, y los armarios tienen unresplandor viejo, amarillo. En la sala, hay un televisor de botones, unestéreo con tornamesa. Clavado a la pared hay un teléfono negro dedisco y cuelga como el ejemplar de una especie extinta. En la cocina,no hay mucho más que una tostadora. Las sillas de madera en el comedorestán rajadas, y las paredes están tapizadas con imágenes desantos católicos, cuadros de frutas y paisajes. Pero son las descoloridascortinas de girasoles y las plantas muertas en las ventanas lo quesugiere casi con seguridad que aquí vivió una mujer mayor. Ahoraque ha sido internada en algún lugar, o ha muerto, la casa parece servirúnicamente como depósito, como un inmenso salón donde searruman juguetes rotos inertes u objetos sin uso de una vida pasada o de un matrimonio fracasado. En esta casa hay tristeza. Se tiene lasensación de que sus hijos la hubieran abandonado desde hace muchosaños y sin el menor interés en mirar atrás. Ni una lágrima. Portodas partes, cada cosa carga con el mismo pesar. Una oscuridad adheridaa las paredes, como si aquí ninguna luz hubiera brilladonunca, ni siquiera cuando algunos piesesitos corrieron a su alrededor.Por entre estos pasillos, se tiene la sensación de estar en un territoriodesdeñado. Avanzo aquí sobre una historia familiar no deseada.A nada en esta casa se le ha estimado un valor digno como para guardaro atesorar. Todo ha sido condenado a que lo arrase el fuego.
Pero en realidad no puedo afirmar con seguridad qué habrá sucedidoaquí años atrás para haber dejado esta casa tan sombría. Puessombría sí es. Y ahora que el último de sus padres se ha ido, los hijosya mayores le pondrán un fósforo encendido a sus desdeñados recuerdos.La casa se quema, todo el vecindario se mantiene del mismotono, y la propiedad se reconstruye con el dinero canalizado del seguro.
Pero igual. No es mi casa, no son mis recuerdos. Aún menos, amí no me corresponde hacer preguntas.
No hago preguntas.
Nunca lo hago.
La gente para la que trabajo no me conoce. Yo sólo trato conEddie, y Eddie se entiende con ellos, y no sé con quién se entiendenellos o como amañan lo del seguro, todo lo que sé es que el pan se reparteen ese orden. Yo recibo la última de las migajas.
He trabajado para Eddie desde hace ya algún tiempo. Las migajasson ahora lo suficientemente abundantes como para que haya podidosacar la hipoteca para un apartamento que estaba en venta enuna vieja y deteriorada construcción de tres pisos. En el primero, miamiga Maritza ha montado su loca iglesia, y el segundo es propiedad de una mujer blanca a la que escasamente conozco. Aunque pareceamable, raramente cruza la mirada con uno y siempre está de afán.Abandona el edificio temprano en la mañana y generalmente puedoescucharla de regreso tarde en la noche cuando estoy leyendo en lacama. No pasa mucho tiempo en su casa ni remodelando su apartamentocomo yo.
He venido haciendo mejoras al apartamento con lentitud, puesresulta malditamente costoso. Pero estoy feliz ahí. Algunas veces ysin ninguna razón particular, salgo y cruzo la acera y me quedo mirandomi edificio. Sonrío. ¿Ves el tercer piso? Es de mi propiedad,me digo. Veo las ventanas un poco torcidas, que no encajan completamenteen los marcos. Tengo que arreglarlo. Sonrío. Miro la pinturadesconchada por todas partes. Tengo que arreglarlo. Me gusta lasombra gris que mi edificio proyecta cuando el sol lo golpea del costadooeste de la 103 y Lexington Avenue, y cómo ha quedado ensándwich entre la botánica de Papelito y una barbería. Me digo entonces,que he recorrido un largo camino desde esa casa de palos queme construí cuando niño ...
El Fuego de Chango
Excerpted from El Fuego de Chango: Una Novela by Ernesto Quinonez
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