Margaret Simon, que tiene casi doce años, habla un montón con Dios:
—No permitas que New Jersey sea demasiado horrible (acaba de mudarse de Nueva York a los suburbios).
—Tú sabes, Dios, mis nuevas amigas todas pertenecen a la Asociación de Jóvenes Cristianos o al Centro de la Comunidad Judía. ¿A cuál debo ir yo? (ella no “tiene religión” y no recibe ninguna ayuda de sus padres en este aspecto).
—Le acabo de decir a mi madre que quiero un sostén. Por favor, ayúdame a crecer, Dios. Tú sabes dónde.
—No puedo esperar hasta las dos de la tarde, Dios. A esa hora empieza nuestro baile. ¿Crees que me tocará Philip Leroy de pareja? No es que me guste tanto como persona, Dios: pero como chico es muy guapo (todas sus amigas del club secreto están de acuerdo).
—Voy al templo hoy, con abuelita. Nunca he estado adentro de un templo o de una iglesia. Te estaré buscando Dios.
—Gretchen, mi amiga, ya tuvo su periodo. Estoy tan celosa, Dios…Nancy está segura que ella va a tener el suyo enseguida, también. Y si yo soy la última, no sé qué voy a hacer. Oh, por favor, Dios, yo solo quiero ser normal…