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9780061351402

Las Cartas Privadas De Jesus/ The Jesus Papers: Ultimas Investigaciones y Documentos Reveladores Sobre La Muerte de Cristo/ Exposing the Greatest Cover-up in History

by
  • ISBN13:

    9780061351402

  • ISBN10:

    0061351407

  • Format: Paperback
  • Publisher: HarperCollins Publications
  • Purchase Benefits
List Price: $15.95
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Summary

)Qu? pasaria si todo lo que nos han dicho sobre el cristianismo es mentira? )Qu? pasaria si nos enteriramos que un grupo peque?o de personas siempre ha sabido la verdad, pero la ha mantenido escondida . . . hasta ahora? )Qu? pasaria si hubiesen pruebas irrefutables de que Jesus sobrevivio la crucifixion? Hace veinte a?os, Michael Baigent y sus colegas asombraron al mundo con la teoria pol?mica de que Jesus y Maria Magdalena se habian casado y habian asi iniciado una linea de descendencia sagrada. Su libro bestseller Holy Blood, Holy Grail (escrito junto con los coautores Henry Lincoln y Richard Leigh) se convirtio en un fenomeno internacional en la industria editorial y fue uno de los recursos usados por Dan Brown en su novela El Codigo Da Vinci. Ahora, con dos d?cadas adicionales de investigacion, Baigent nos trae Las Cartas Privadas de Jesus, donde nos presenta nuevas pruebas explosivas que desafian todo lo que sabemos sobre la vida y muerte de Jesus. )Qui?n podria haber sido complice de Jesus y por qu?? )Donde podria haber ido Jesus despu?s de la crucifixion? )Qui?n lucha por mantener la verdad oculta y por qu??

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Excerpts

Las Cartas Privadas de Jesus
Ultimas investigaciones y documentos reveladores sobre la muerte de Cristo

Capítulo Uno

Los documentos ocultos

Sonó el teléfono. Eran sobre las diez de la mañana. Recuerdo cómo el sol llenaba de reflejos la pared que tenía a mi espalda. Su luz era brillante. Era el día perfecto para estar en un pueblecito inglés.

—¿Puedes tomar el siguiente tren para Londres? No me preguntes por qué.

Me quejé en silencio: coches y más coches de una acera a otra. Pocos taxis. Ruido, contaminación y el metro abarrotado. Un día en sus andenes o en sus vagones, el sol, un recuerdo lejano.

—Claro—contesté, ya que sabía que mi amigo no me pediría algo así si no fuera importante.

—¿Puedes traerte una cámara de fotos?

—Claro—contesté de nuevo un tanto confuso.

—Y ¿puedes llevarla escondida?

De repente, captó mi atención. ¿Qué ocurría? Mi amigo era miembro de un grupo pequeño y discreto de tratantes, intermediarios y compradores de antigüedades de gran valor, y no todas tenían los papeles necesarios para que se comerciara con ellas en el mercado abierto.

Situé la cámara y algunas lentes en un maletín de aspecto común, metí un buen número de carretes y me lancé a mi coche para ir a la estación.

Me encontré con mi amigo en un restaurante de una famosa calle londinense. Es norteamericano, pero con él estaban un jordano, dos palestinos, un saudí y un inglés, experto de una gran casa de subastas.

Todos me esperaban y, tras las breves presentaciones, el experto de la gran casa de subastas se marchó, al parecer porque no quería verse envuelto en lo que estaba a punto de suceder. Los demás nos fuimos a un banco cercano en el que rápidamente fuimos conducidos a través del vestíbulo por un pasillo hasta una pequeña habitación privada con ventanas de cristal esmerilado.

Mientras estábamos todos de pie charlando en torno a una mesa situada en el centro de la habitación, los representantes del banco trajeron dos baúles de madera y los situaron frente a nosotros. Cada uno de ellos estaba cerrado con candado. Cuando dejaron el segundo, uno de los funcionarios dijo, como para «que constara»:

—No sabemos lo que contienen estos baúles. Y no queremos saberlo.

Trajeron un teléfono a la habitación y se marcharon cerrando la puerta.

El jordano hizo una llamada a Ammán. De la conversación que tuvo a continuación (que era en árabe) pude entender que pedía permiso y lo obtuvo. Entonces, sacó un juego de llaves y abrió los baúles.

Estaban repletos de láminas de cartón del mismo tamaño. Y en cada lámina, me horroricé al darme cuenta, había cientos de trozos de papiros torpemente pegados a los cartones con pedacitos de papel adhesivo. Los textos estaban escritos en arameo o hebreo. Además, junto a éstos se encontraban los envoltorios de momias egipcias con inscripciones en demótico, la forma escrita de los jeroglíficos egipcios.

Sabía que era común que esos envoltorios llevaran textos sagrados, de modo que los dueños de este tesoro oculto debían haber desenvuelto al menos a una momia o dos. Los textos arameos o hebreos se parecían, a primera vista, a los de los rollos del mar Muerto que había visto con anterioridad, aunque éstos estaban en su mayor parte escritos en pergaminos. Esta colección era un tesoro de documentos antiguos. Estaba intrigado y cada vez más desesperado porque algunos expertos conocieran su existencia, por poder asegurarles su acceso a los mismos.

Mientras sacaban las láminas de los baúles me informaron de que los dueños estaban intentando vender los documentos a un gobierno europeo sin especificar. El precio que pedían era de tres millones de libras esterlinas (aproximadamente unos cinco millones seiscientos mil dólares). Los allí presentes querían que hiciera una selección representativa de fotografías que mostrarían al probable comprador para avanzar un paso más hacia una venta provechosa. En ese momento me percaté de cuál sería el gobierno que más probabilidades tenía de estar interesado. Pero me guardé mis pensamientos.

Durante más o menos la siguiente hora, mientras se vaciaban los baúles, me fueron señalando determinadas páginas y, sobre una silla, con la suave luz que se filtraba a través de los cristales esmerilados, tomé fotografías en blanco y negro. En total, utilicé seis rollos de treinta y cinco milímetros; unas doscientas instantáneas.

Pero mi preocupación de que estos documentos simplemente se desvanecieran en el limbo del que habían emergido iba en aumento. Puede que fueran comprados por alguien que los guardaría durante años como había ocurrido con los rollos de Nag Hammadi o los del mar Muerto. O peor, temí que, sin comprador, tal vez desaparecían en las negras profundidades del banco, junto con otros muchos documentos de valor que, se sabía, estaban encerrados bajo llave en las cajas y baúles de los depósitos de seguridad de todo el mundo.

Parecía probable que, ya que había estado haciendo muchas fotos y nadie las habría contado, podría esconder al menos un carrete y dispondría de una prueba de que esta colección existía. Con suerte, pude deslizar uno en mi bolsillo.

Cuando finalizó la sesión y los cartones se volvieron a meter en los baúles, le di los carretes que había a la vista a uno de los dueños. Él los miró.

—¿Dónde está el otro?—dijo de inmediato. Había estado contando.

—¿Otro carrete?—pregunté sin convicción, intentado dar una imagen de inocencia ensimismada mientras palpaba ostentosamente mis bolsillos.

—Vaya. Tienes razón. Aquí está.—Mostré el carrete que esperaba poder quedarme. Estaba irritado y algo deprimido. Realmente, deseaba tener alguna prueba de lo que había visto.

En ese momento mi amigo se dio cuenta de lo que sucedía y, en un acto de inspiración, vino al rescate.

—¿Dónde vais a revelar los carretes?—preguntó de manera inocente.

—En una tienda de fotografía—contestó el hombre que los sostenía.

—Eso no es muy seguro—dijo mi amigo—. Mira, Michael era fotógrafo profesional y podría revelarte tantos juegos como necesitaras. De esa manera no se corre ningún riesgo.

—Buena idea—dijo el hombre, y me devolvió los carretes.

Las Cartas Privadas de Jesus
Ultimas investigaciones y documentos reveladores sobre la muerte de Cristo
. Copyright © by Michael Baigent. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

Excerpted from Las Cartas Privadas de Jesus: Ultimas Investigaciones y Documentos Reveladores Sobre la Muerte de Cristo by Michael Baigent
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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