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9780307275622

Las francesas no engordan: Los secretos para comer con placer y mantenerse delga da toda la vida / French Women Don't Get Fat: The Secret of Eating for Pleasure

by
  • ISBN13:

    9780307275622

  • ISBN10:

    0307275620

  • Edition: 1st
  • Format: Paperback
  • Copyright: 2005-11-15
  • Publisher: Vintage Espanol
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Summary

Es una opinión común y casi universalmente aceptada que las mujeres francesas se destacan especialmente por su belleza física, por su vivo ingenio y por su encanto personal. Este libro explora los hábitos alimenticios de las francesas para poner a disposición de todas las mujeres del mundo un secreto fundamental: cómo disfrutar de la comida sin sucumbir al exceso de peso. La experiencia de las francesas es concluyente. Ellas comen panes y pasteles, beben vino y no rehúsan ninguna exquisitez culinaria. Y todo esto sin engordar. El libro incluye valiosas sugerencias para alimentarse sin aumentar de peso y también varias recetas para alimentarse a gusto sin engordar. Además, enseña que, con muy poco esfuerzo, cualquier mujer puede definir el momento en que ya no necesita comer ni un bocado más.

Author Biography

Mireille Guiliano, nacida y criada en Francia, fue a Estados Unidos por primera vez para estudiar y regresó para instalarse allí al principio de su carrera profesional. Es presidenta de Clicquot, Inc., cuya sede central se encuentra en Nueva York y es directora de Champagne Veuve Clicquot en Reims, Francia. Mireille está casada con un estadounidense y la mayor parte del año vive en Nueva York; también viaja con frecuencia a París y por todo Estados Unidos. Entre sus pasatiempos favoritos está desayunar, almorzar y cenar.

Table of Contents

Obertura 3(64)
1. Vive l'Amerique: El principio... Peso más de la cuenta
15(4)
2. La Fille Prodigue: El regreso de la hija pródiga
19(13)
3. Reestructuración a corto plazo: Los tres primeros meses
32(19)
4. Historias de las tres Ces
51(16)
Entr'acte: Estabilización y corner para vivir 67(152)
5. Il faut des Rites
70(6)
6. Productos de temporaday condimentos
76(51)
7. Más recetas que to engañarán
127(38)
8. Oro liquido
165(28)
9. Pan y chocolate
193(26)
10. Moverse como una francesa 219(20)
11. Estados de deseo 239(8)
12. Etapas de la vida 247(23)
12. bis. Un plan de vida 270(9)
Indice 279

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Excerpts

1

VIVE L’AMÉRIQUE:

EL PRINCIPIO... PESO MÁS DE LA CUENTA

Adoro mi tierra de adopción. Pero primero, como estudiante de intercambio en Massachusetts, aprendí a adorar las galletas con trocitos de chocolate y los bizcochos de chocolate y nueces, ¡y engordé diez kilos!

Mi pasión por Estados Unidos empezó con mi pasión por el idioma inglés; mi primer contacto fue en el lycée (instituto), cuando cumplí los once. Después de la clase de literatura francesa, el inglés era mi clase predilecta, y adoraba a mi profesor de inglés. Nunca había estado en el extranjero, pero hablaba inglés sin acento francés, aunque tampoco británico. Lo había aprendido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando estaba en un campo de prisioneros de guerra junto con un maestro de instituto de Weston, Massachusetts (sospecho que disponían de muchas horas para practicar). Sin saber si saldrían con vida, decidieron que si lo hacían iniciarían un programa de intercambio para los alumnos del último año del instituto. Todos los años, un alumno de Estados Unidos viajaría a nuestra ciudad y uno de nosotros, a Weston. El intercambio ha continuado hasta hoy y la competencia por ese puesto es reñida.

Durante el último año en el lycée mis notas eran lo bastante buenas para presentarme, pero no tenía ganas. Como soñaba en convertirme en maestra o en profesora de inglés, estaba ansiosa por empezar mis estudios universitarios en la universidad de la zona. Y a los dieciocho años, claro, estaba convencida de estar locamente enamorada de un chico de mi ciudad. Era el chico más guapo, pero hay que reconocer que no era el más inteligente, y era el coqueluche (el adorado) de todas las chicas. No tenía la menor intención de separarme de él, así que ni se me ocurrió presentarme para ir a Weston. Pero durante los recreos en el patio, nadie hablaba de otra cosa. Entre mis amigas, la que tenía todas las de ganar era Monique: tenía muchísimas ganas de ir y además era la mejor de la clase, un hecho que el comité de selección —presidido por mi profesor de inglés y que entre sus distinguidas filas incluía a miembros de la Asociación de Padres y Maestros, otros profesores, el alcalde y el sacerdote católico de la localidad, y el pastor protestante— no dejó de tener en cuenta. Pero el lunes por la mañana, cuando se suponía que darían a conocer el resultado, lo único que anunciaron fue que no habían tomado ninguna decisión.

Ese jueves por la mañana (en esa época no había clase los jueves, pero sí los sábados por la mañana), mi profesor de inglés se presentó en casa. Había venido a ver a mi mamá, algo que me pareció extraño teniendo en cuenta mis buenas notas. En cuanto se marchó con una gran sonrisa de satisfacción pero sin dirigirme la palabra excepto para decirme “Hola”, mi mamá me llamó. Algo era très important.

El comité de selección no había encontrado un candidato idóneo. Cuando pregunté por Monique, mi mamá intentó explicarme algo difícil de comprender a mi edad: mi amiga tenía todos los puntos a su favor, pero sus padres eran comunistas, y eso no era aceptable en Estados Unidos. El comité había debatido largo y tendido (era una ciudad pequeña, donde todos se conocían), ¡pero inevitablemente concluyeron que una hija de comunistas nunca podría representar a Francia!

Mi profesor había sugerido que viajara yo, y los demás miembros estuvieron de acuerdo. Pero como ni siquiera me había presentado, tuvo que venir a casa y convencer a mis padres para que me dejaran ir. Mi padre, excesivamente sobreprotector, jamás habría aprobado que me marchara durante más de un año, pero no estaba en casa. Quizá mi profesor contaba con ello, pero en todo caso, logró convencer a mi mamá, a quien le tocó la tarea de convencer no sólo a mi padre sino a mí. Claro que ella también tenía sus dudas, pero Mamie siempre fue sabia y con visión de futuro; y generalmente se salía con la suya. A mí me preocupaba lo que diría Monique, pero una vez que corrió la voz, ella fue la primera en afirmar que yo sería una excelente embajadora. Por lo visto, las familias comunistas encaraban estos asuntos de manera abierta y práctica, y a Monique ya le habían explicado que la ideología familiar la había convertido en alguien diferente desde el principio.

Así que fui a Estados Unidos. Fue un año maravilloso—uno de los mejores de mi adolescencia— y que sin duda cambió el curso de toda mi vida. Para una jovencita francesa, Weston —un acaudalado suburbio de Boston— parecía un sueño estadounidense: verde, cuidado, amplio, de casas grandes y suntuosas, y familias adineradas y cultas. Podías jugar al tenis, montar a caballo, nadar en la piscina, jugar al golf y cada familia tenía dos o tres automóviles; algo muy distinto de cualquier ciudad del este de Francia, tanto entonces como ahora. Muchas cosas nuevas e inimaginables antes ocupaban mi tiempo, pero al final resultaron demasiado opulentas. Pese a las nuevas experiencias y los amigos, algo siniestro empezaba a cobrar forma. Casi sin darme cuenta, “eso” se había convertido en siete kilos y medio... o probablemente más. Era agosto, el último mes antes de mi regreso a Francia. Estaba en Nantucket con una de mis familias de adopción cuando sufrí el primer golpe: me vi en el espejo en bañador. Mi mamá estadounidense, que quizás había pasado por lo mismo con otra de sus hijas, se dio cuenta enseguida de mi disgusto. Como era buena costurera, compró una pieza de lino muy bonito y me hizo un vestido suelto, que aparentemente resolvió el problema, pero que en realidad sólo lo postergó.

Durante las últimas semanas en Estados Unidos, la idea de tener que abandonar a mis nuevos amigos me causaba una gran tristeza, pero también estaba muy preocupada por lo que dirían mis amigos franceses y mi familia al ver mi nuevo aspecto. En mis cartas no mencioné el aumento de peso y me las arreglé para enviar fotos donde sólo se me veía de la cintura para arriba.

El momento de la verdad se estaba acercando.

Excerpted from Las Francesas No Engordan by Mireille Guiliano
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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