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9780307947765

Messi

by
  • ISBN13:

    9780307947765

  • ISBN10:

    0307947769

  • Format: Trade Paper
  • Copyright: 2012-02-28
  • Publisher: Vintage Espanol
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Summary

El perfil definitivo del incomparable Lionel Messi, una de las más brillantes estrellas del fútbol internacional En la historia del fútbol sólo cuatro jugadores tienen plaza en el primer escalón: Pelé, Di Stéfano, Cruyff y Maradona. Desde hace cuatro años, el argentino Lionel Messi llama con insistencia a la puerta de ese restringido club, y sus exhibiciones cada semana le confirman como el amo del balón. Estrella del equipo de Barcelona, ganador del Balón de Oro y nombrado jugador del año por la FIFA, un atleta de esta dimensión merece más que la habitual hagiografía. En la mejor tradición del periodismo narrativo, Leonardo Faccio ha dibujado un fascinante perfil en tres tiempos del futbolista más famoso del mundo, que con apenas 24 años ha roto todos los récords. Todos los detalles -desde su familia y sus amistades hasta su lucha contra el déficit de la hormona del crecimiento que casi le costó su carrera futbolística- se reúnen aquí para formar la biografía más completa de la estrella argentina escrita hasta la fecha. Un chico tímido, pequeño y de apariencia frágil, que se ha convertido en la joya más valiosa del mayor espectáculo del mundo. Pasen y lean.

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Excerpts

1
 
Lionel Messi acaba de volver de unas vacaciones en Disneyworld y aparece arrastrando sus chancletas con esa falta de glamour propia de los deportistas en reposo. Podría haber continuado sus días de descanso en Argentina o en cualquier país del Caribe, pero ha preferido regresar a Barcelona antes de tiempo: Messi quiere entrenar. Las vacaciones a veces le aburren. Está sentado en una silla puesta en un campo de fútbol desierto de la Ciudad Deportiva, las dependencias del FC Barcelona que funcionan sobre un valle apartado de la zona residencial, un luminoso laboratorio de cemento y cristales donde los entrenadores convierten a futbolistas talentosos en auténticas máquinas de precisión. Messi es un jugador sin manual de instrucciones y la Ciudad Deportiva, su incubadora. Esta tarde ha aceptado conceder quince minutos de entrevista y se le ve contento. Tras una gira con su club por Estados Unidos, estuvo en Disney con sus padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos y la novia. Mickey Mouse había visto en Messi al personaje perfecto para promocionar su mundo de ilusiones, y su familia completa tuvo acceso a todos los juegos a cambio de que él se dejara filmar en los jardines que rodean este imperio de dibujos animados. Hoy en YouTube vemos a Messi haciendo malabares con un balón delante de toda esa arquitectura de fantasía.
 
—Lo pasamos espectacular —me dice Messi, con más entusiasmo que intención publicitaria—. Por fin se dio.
 
—¿Qué es lo que más te gustó de Disney?
 
—Los juegos de agua, los parques, las atracciones. Todo. Más que nada fui por mis sobrinitos, mis primitos y mi hermana. Pero de chico yo siempre quise ir ahí.
 
—¿Era como un sueño?
 
—Sí, creo que sí, ¿no? Al menos para los chicos de quince años para abajo, sí. Pero si tenés un poquito más, también, ¿no?
 
En la Ciudad Deportiva, sentados solos y frente a frente, Messi muerde cada una de sus palabras antes de que salgan de su boca. Es como si de tanto en tanto necesitara confirmar que lo hemos entendido, como si pidiera permiso para hablar. De niño padecía una especie de enanismo, un trastorno en la hormona del crecimiento, y desde entonces su pequeñez hizo que siempre posáramos una lupa sobre su estatura futbolística. Visto de cerca, Messi tiene ese aspecto contradictorio de los niños gimnastas: unas piernas con músculos a punto de explotar debajo de unos ojos tímidos que no renuncian al fisgoneo. Es un guerrero con mirada infantil. Pero por momentos es inevitable sentir que uno ha venido a entrevistar a Superman y que te atiende uno de esos héroes distraídos y vulnerables de Disney.
 
—¿Cuál es tu personaje preferido de Disney?
 
—Ninguno en especial. Porque de chico yo no miraba mucho dibujos animados, la verdad. —Sonríe—. Y después ya me vine a jugar al fútbol para acá.
 
Cuando dice fútbol, a Messi se le borra la sonrisa de la cara y se pone tan serio como cuando va a chutar un penalty. Es esa mirada circunspecta que estamos acostumbrados a verle por televisión. Messi no suele sonreír cuando juega. El negocio del fútbol es demasiado serio: sólo veinticinco países del mundo producen un PIB mayor que la industria futbolística. Es el más popular de los deportes y Messi, el principal protagonista del show del balompié. En los meses siguientes de su visita a Disneyworld, llegaría más lejos que ningún otro futbolista de su edad. Ganaría seis títulos consecutivos con el FC Barcelona, sería el máximo goleador de la liga de Europa, lo elegirían el mejor futbolista del mundo, se consagraría como el jugador más joven en marcar cien goles en la historia de su club, y se convertiría en el crack mejor pagado con un contrato anual de diez millones y medio de euros, unas diez veces más de lo que ganaba Maradona cuando jugaba en el Barça. Mañana mismo Messi volará al Principado de Mónaco para recibir, con un traje italiano hecho a medida, el trofeo al mejor jugador de Europa. Pero esta tarde lleva el flequillo peinado al medio, una sonrisa chueca y la camiseta verde fluorescente del Barça por fuera de unos pantalones cortos de entrenamiento. Es uno de los principales animadores de la rueda de la fortuna del fútbol, pero hoy luce como un chico desaliñado que viene a mirar el show.
 
Después de dominar el balón en Disneyworld, a Messi le quedaban aún unas semanas de vacaciones y decidió volver a la ciudad donde nació. Rosario queda al norte de Buenos Aires, en la provincia de Santa Fe. Es la tercera ciudad de Argentina y la tierra del Che Guevara. El último genio del fútbol repartía sus horas entre encuentros con amigos de la infancia y su estancia en la casa de sus padres en el barrio de Las Heras. Pero una semana antes de que acabasen sus vacaciones hizo sus maletas y regresó a Barcelona, donde siempre lo recibe Facha, su perro bóxer. Vive solo con esta mascota, y por temporadas viajan a acompañarlo la madre, el padre, la hermana. La prensa se preguntó por qué un futbolista superestrella interrumpía sus días de descanso, siempre tan escasos. Messi dijo que volvía a entrenar para estar bien. Por esos días jugaba en la selección argentina las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica. Maradona era su entrenador y Messi sabía que podía ser su primer mundial como número 10 titular. Quería regresar a Barcelona para continuar con el show, pero a la vez porque sentía que se estaba aburriendo allí.
 
—Cuando voy a Rosario me encanta. Porque tengo mi casa, mi gente, todo. Pero me cansa porque no hago nada —dice como quien levanta los hombros—. Estaba todo el día al pedo y también aburre estar así.
 
—¿No mirás televisión?
 
—Empecé a ver Lost y Prison Break. Pero me terminó por cansar.
 
—¿Y por qué las dejaste?
 
—Porque siempre pasaba algo nuevo, una historia nueva y aparte siempre otro te la contaba.
 
Messi se aburre con Lost.
 
Messi es zurdo.
 
Pero a primera vista parece que su fetiche es su pierna derecha: la acaricia como si de vez en cuando tuviera que calmarla. Luego uno se da cuenta de que el objeto de sus caricias no es su pierna hiperactiva sino una Blackberry que lleva en el bolsillo. Los futbolistas fuera de serie tienen hábitos que los acercan al resto de los mortales y eso parece normalizar su genialidad. De Johan Cruyff se decía que fumaba en el vestuario minutos antes de entrar al campo. Maradona entrenaba con los cordones de sus botas desatados y dijo que si fuese reglamentario jugar así lo habría hecho en los partidos oficiales. Romário salía a bailar por las noches y decía que la samba le ayudaba a ser el máximo goleador de la Liga. La mayoría de futbolistas exitosos compran todo el tiempo cosas que sirven más para ostentar los beneficios del presente que para asegurar el porvenir. Nuevos coches deportivos, ropa vistosa, relojes aparatosos. Mientras Ronaldinho alquilaba su casa en Castelldefels, Messi compraba la suya a tres calles de él: una edificación de dos plantas ubicada en la cima de una colina y con vista al Mediterráneo. A despecho de la caricatura de estrella con Rolex de oro, enormes gafas Gucci y modelo rubia del brazo, el genio que se aburre de las historias nuevas de la televisión aprecia los perfumes de moda. En su familia saben que una fragancia envuelta para regalo le arranca una sonrisa.
 
—¿Y cómo es uno de tus días normales, después de entrenar? —le pregunto.
 
—Me gusta dormir la siesta. Y a la noche, no sé... voy a lo de mi hermano a cenar.
 
Para llegar a esta entrevista, Lionel Messi se había privado de un ritual que mantiene desde niño. Todos los días, después de las prácticas en el club, come y se va a dormir. Dos o tres horas después, despierta. El entrenador del campeón olímpico de natación Michael Phelps declaró una vez que éste duerme al menos tres horas diarias de siesta para recuperarse de sus entrenamientos. Messi, en general, no interrumpe su rutina. La siesta es para él una ceremonia cuya utilidad ha ido cambiando con el tiempo. De niño, el reposo del sueño, además de la medicación, le ayudaba a regenerar sus células. Messi dormía para poder crecer. Hoy dice que tiene otras razones para dormir por las tardes. Siempre lo hace de la misma manera. No usa la cama doble que tiene en su cuarto: se tumba con la ropa puesta en el sofá de su sala. Le da igual quedarse allí dormido mientras alguien friega los platos en su cocina o retumba una puerta que se cierra. Hoy Messi ya no necesita crecer. Igual que Phelps y otros futbolistas, hace la siesta para recuperar fuerzas, pero sobre todo porque no le apetece hacer otra cosa después de apartarse de un balón. La lista de entretenimientos que podría comprar acaba tarde o temprano por cansarlo. Tomar vacaciones es una forma de comprar distracción y también le aburre. La siesta parece ser un antídoto. Nadie se aburre cuando duerme.
 
Hay algo misterioso en los genios y es normal que queramos desvelarlo. Los fans hacen lo imposible por tocar a sus ídolos. Es una forma de comprobar que son reales. Los periodistas, en cambio, les hacen preguntas para saber si su mundo privado se parece al de los mortales.
 
«¿Es verdad que es adicto a los videojuegos?», le preguntó un periodista de El Periódico de Cataluña.
 
«Antes estaba enganchado. Ahora juego muy poco.»
 
«¿Mira fútbol por televisión?», quiso saber un cronista de El País.
 
«No, no miro fútbol. Yo no soy de mirar.»
 
Antes de esta tarde a solas con Messi, cientos de periodistas quisieron entrevistarlo.
 
Uno de ellos arriesgó su vida en el intento.
 
Messi no parecía darse cuenta. Una noche, acabado un partido de la Copa del Rey, un hombre amenazado de muerte lo esperaba en los túneles que conducen a los vestuarios del estadio del FC Barcelona. Era el escritor Roberto Saviano. Lo había buscado para conocerlo sabiendo que allí también lo podían matar. Desde que desnudó a la mafia de Nápoles en su libro Gomorra, ha vivido sin paradero conocido y con una custodia de más de diez guardaespaldas que lo acompañan a donde vaya las veinticuatro horas del día. Esa noche le buscaron una butaca donde no pudiese ser alcanzado por un francotirador. Quería conocerlo en persona, darle la mano, pedirle un autógrafo, hacerle unas preguntas. Buscaba encontrarlo a solas, pero los guardaespaldas se negaron a despegarse de él. Decían que cumplían órdenes. Ellos también se morían por ver al futbolista que soñaba con conocer Disneyworld.
 
Uno espera nueve meses para que le concedan quince minutos con él.
 
A Saviano, que había arriesgado su vida para ir a darle las gracias, Messi le dijo que en Nápoles se sentiría como en casa.
 
Le dijo una veintena de palabras.
 
No más.
 
Hoy, en la Ciudad Deportiva, después de contarme sus vacaciones en Disney, Messi me arquea las cejas como un actor del cine mudo que espera más preguntas. Es como un mimo sonriente, alguien que cambia de cara todo el tiempo. La electricidad de su cuerpo en los campos de fútbol hace que se le compare con un muñequito de PlayStation. Lionel Messi exige metáforas menos eléctricas y más surrealistas. El chico que nos divierte a millones no encuentra por las tardes nada más entretenido que tumbarse a dormir.

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