Top
Free Shipping On Orders Over $35!
Get Rewarded for Ordering Your Textbooks! Enroll Now
Customer Reviews Read Reviews
Write a Review
The New copy of this book will include any supplemental materials advertised. Please check the title of the book to determine if it should include any access cards, study guides, lab manuals, CDs, etc.
The Used, Rental and eBook copies of this book are not guaranteed to include any supplemental materials. Typically, only the book itself is included. This is true even if the title states it includes any access cards, study guides, lab manuals, CDs, etc.
Capítulo Uno
Bruno Garza se estremeció en medio de la noche del Midwest norteamericano. Tardó unos segundos en recordar que estaba en su dormitorio y luego estiró su mano en la oscuridad buscando el aparato. ¿Era ese el primer timbrazo o el teléfono sonaba ya desde hacía mucho? Sus dedos tropezaron con la base de bronce de la lámpara, resbalaron sobre la superficie de mármol del velador y descolgaron el auricular. Lo sintió resbaladizo como una piedra cubierta de líquenes, recién recogida de algún lago austral. Después escuchó su golpe sordo al estrellarse contra la alfombra. Hurgó entre las pantuflas y una novela de Paul Auster hasta recogerlo. Lo aproximó a su mejilla y respondió en inglés con los ojos cerrados, la voz aguardentosa, confundido:
—¿Aló . . . ? ¿Quién habla?
Del otro lado de la línea sólo llegaba el rumor inconfundible de una ducha derramándose sobre una tina vacía.
—¿Sí? ¿Diga? Diga, por favor . . .
El agua seguía cayendo, triste, melancólica, monótona. Bruno se sintió trasladado a una casa vieja o a un hotel de provincia. Su mano izquierda buscó el botón de la lámpara. La luz lo encandiló por unos instantes. Reconoció luego los números romanos de la esfera del despertador. Eran las tres de la mañana. El cuarto, amplio, con cuadros y un estante repleto de libros, con una ventana que daba al río Iowa, le pareció ajeno y por lo mismo agobiante, más aún sin su mujer. Su parte de la cama estaba lisa y los almohadones en orden. Recordó que Fabiana viajaba por Centroamérica. ¿Quién se atrevía a importunarlo a esa hora? Se dispuso a colgar para reconciliar el sueño, pero la ducha cayendo sobre la tina acrecentó su curiosidad y lo indujo a esperar. De pronto, por encima del agua, le llegó el bocinazo de un camión que se abría paso como animal herido en alguna calle estrecha, cerca de la ventana de la ducha, estruendo que terminó por irritarlo.
—¿Se puede saber quién llama a esta hora?
Apagó la lámpara, pero mantuvo el auricular pegado al oído. Al rato percibió el taconeo de zapatos de mujer, pasos breves y apremiados, que resonaron huecos sobre baldosas mal instaladas. Después escuchó una puerta que se cerraba e imaginó con un estremecimiento que se convertiría en testigo involuntario de una escena que tal vez tenía lugar a miles de millas de él, en una ciudad de las costas de Estados Unidos o en otro continente. Supuso que la mujer, ahora que ya no escuchaba sus tacones, se desnudaba para ducharse, y se preguntó por qué habría cerrado la puerta. Tal vez afuera la aguardaba su esposo, pensó Bruno, o quizás el amante con quien se reunía clandestinamente en una posada discreta. Tragó saliva pensando que escucharía sus palabras cómplices y el abrazo de dos cuerpos ansiosos. Creyó distinguir, a través del agua, la voz lánguida y nasal de Jack Teagarden, y después su trombón apacible interpretando Mis'ry and the Blues, impregnando la noche de nostalgia, humo y alcohol.
Pensó en Fabiana. ¿No sería su mujer quien se preparaba para darse una ducha? ¿No llevaba ella acaso el celular consigo? Quizás había oprimido sin querer el botón de llamado a casa y por eso estaban en contacto.
—¡Hola! ¿Me escucha? –gritó Bruno con la esperanza de recibir respuesta, pero en su lugar le llegó el deslizamiento de aros sobre un tubo de aluminio, como si la mujer apartase la cortina del baño para entrar a la tina. Imaginó que el agua se derramaba tibia sobre aquel cuerpo desnudo, y que la mujer comenzaba a enjabonar sus muslos, su cuello y sus pechos, preparándose para el abrazo con el amante que la esperaba en el cuarto contiguo.
Sólo a ratos caía el agua sobre la tina, como si la mujer esquivase de cuando en cuando la llovizna y quedara fuera del alcance de la ducha; cuando lo hacía, la noche era un tamborileo grave, misterioso. A través de la cortina de agua, como contrapunto de melodías diferentes, llegaba el registro melancólico del trombón de Teagarden que lo contagió de tristeza.
—Oiga, estoy escuchando . . . –insistió Bruno–. ¡Oiga!
Después percibió que alguien abría una puerta, hurgaba en el teléfono y cortaba la comunicación. Permaneció quieto en la cama, suspendido en la oscuridad hasta que sus ojos distinguieron, o creyó que distinguían, los lomos de cuero de la colección Aguilar y las siluetas de un grabado de Roberto Matta que colgaba de la pared. Desconectó el auricular, cerró los ojos a la espera de que volviesen a llamarlo. Se fue quedando dormido pensando en aquella desconocida que a esa hora, en algún lugar del planeta, secaba su piel y luego se deslizaba entre las sábanas de un lecho donde la aguardaba otro cuerpo.
Cuando, cinco días después, premunido de su tazón de café con leche, Bruno Garza abrió, en su estudio junto al río, el correo electrónico, halló un breve mensaje de su mujer. Le anunciaba que no la esperara, que no volvería y que no se molestase en buscarla.
Pasiones Griegas
Excerpted from Pasiones Griegas: Novela by Roberto Ampuero
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.
Need Help? Copyright © 1999-2024