Agradecimientos | xi | ||||
Introducción | xvii | ||||
Si queréis compartir vuestra experiencia con nosotros | xix | ||||
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10. A TRAVÉS DE LAS GENERAciónES | |||||
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310 | (5) | |||
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¿Mas Sopa de pollo? | 323 | (2) | |||
¿Quien es Jack Canfield? | 325 | (2) | |||
¿Quien es Mark Victor Hansen? | 327 | (2) | |||
¿Quien es Kimberly Kirberger? | 329 | (2) | |||
¿Quien es Raymond Aaron? | 331 | (2) | |||
Colaboradores | 333 | (12) | |||
Permisos | 345 |
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¿-Qué don le ha concedido la providencia al hombre que le sea más preciado que sus hijos?
Cicerón
El jarrón
La herencia que les dejó a sus hijos no consistía en palabras ni en posesiones, sino en un secreto tesoro, el tesoro de su ejemplo como hombre y como padre.
Will Rogers
Hasta donde me alcanza la memoria, aquel jarrón siempre estuvo en el suelo del cuarto de mis padres, junto a la cómoda. Antes de irse a la cama, papá se vaciaba los bolsillos y echaba en el jarrón las monedas, que aterrizaban en su interior con un alegre tintineo cuando estaba casi vacío. Más adelante, el sonido iba convirtiéndose en un golpe sordo, según iba llenándose. Yo me agachaba delante del jarrón y admiraba los círculos de cobre y plata, que brillaban como el tesoro de un pirata cuando el sol entraba por la ventana de la habitación.
Cuando el jarrón estaba lleno, papá se sentaba a la mesa de la cocina y hacía paquetes con las monedas para llevarlos al banco. Siempre que íbamos al banco se reproducía la misma escena. Colocábamos las monedas entre papá y yo, apiladas cuidadosamente en una pequeña caja de cartón, en el asiento de su vieja furgoneta. Todas y cada una de las veces, papá me miraba con esperanza en los ojos. 'Estás monedas te salvarán de la fábrica de textiles, hijo. Vas a hacerlo mejor que yo. No vas a quedarte atrapado en esta vieja ciudad industrial.' Además, todas y cada una de las veces, en el banco, mientras deslizaba por el mostrador la caja con paquetitos de monedas hacia el cajero, sonreía con orgullo. 'Son los ahorros para la universidad de mi hijo. Él no va a trabajar toda su vida en la fábrica, como yo.'
Celebrábamos cada ingreso en el banco tomándonos un helado de cucurucho. Yo siempre pedía chocolate. Papá pedía vainilla. Cuando el dependiente de la heladería le daba el cambio, papá me enseñaba las monedas que tenía en la palma de la mano. 'Cuando lleguemos a casa, empezaremos de nuevo a llenar el jarrón.'
Siempre me dejaba que tirase las primeras monedas al jarrón vacío. Cuando rebotaban con un breve y alegre tintineo, nosotros nos sonreíamos. 'Irás a la universidad a base de calderilla', me decía. 'Pero irás. Yo me encargaré de eso.'
Los años pasaron, y yo acabé la universidad y empecé a trabajar en otra ciudad. En una ocasión, estando de visita en casa de mis padres, hice una llamada desde el teléfono de su habitación y vi que el jarrón ya no estaba. Había cumplido con su objetivo y después lo habían quitado. Se me hizo un nudo en la garganta al mirar hacia el lugar junto a la cómoda donde siempre había estado el jarrón. Mi padre era hombre de pocas palabras y nunca me dio lecciones sobre el valor de la determinación, la perseverancia y la fe. Aquel jarrón me había enseñado esas virtudes con mucha más elocuencia de lo que podrían haberlo hecho las palabras más rimbombantes.
Cuando me casé, le hablé a mi mujer, Susan, sobre el relevante papel que había desempeñado en mi vida aquel humilde jarrón. Para mí era algo que definía, más que ninguna otra cosa, lo mucho que me había querido mi padre. Daba igual lo difíciles que se pusieran las cosas en casa, papá seguía tenazmente echando monedas al jarrón. Incluso durante un verano en el que lo suspendieron temporalmente de su empleo y mamá se vio obligada a prepararnos patatas viudas varias veces por semana, no se le escatimó al jarrón ni una monedita. Al contrario, cuando papá me miraba desde el otro lado de la mesa, echándole cátsup a mis patatas para hacerlas más tragables, se convencía más que nunca de que debía labrar un futuro para mí. 'Cuando termines la universidad, hijo', me decía, 'nunca más volverás a tener que comer patatas viudas, a no ser que quieras hacerlo.'
Las primeras Navidades después de que naciera nuestra hija Jessica, pasamos las vacaciones con mis padres. Después de la cena, mamá y papá se sentaron el uno junto al otro en el sofá, turnándose para mecer a su primera nieta. Jessica se puso a lloriquear y Susan la cogió de los brazos de papá. 'Probablemente haya que cambiarla', dijo, llevándose al bebé a la habitación de mis padres para cambiarle el pañal.
Cuando Susan volvió al salón, había un extraño brillo en sus ojos. Volvió a poner a Jessica en los brazos de papá, para después cogerme de la mano y llevarme en silencio a la habitación. 'Mira', me dijo en voz baja, señalando con los ojos el lugar junto a la cómoda. Para mi sorpresa, allí estaba, como si nunca lo hubiesen quitado, el viejo jarrón, con el fondo ya repleto de monedas.
Caminé hacia el jarrón, me hurgué en el bolsillo y saqué un puñado de monedas. Embargado por emociones diferentes, las dejé caer en el jarrón. Al levantar la vista, vi que papá, trayendo a Jessica con él, se había colado en silencio en el cuarto. Nuestras miradas se cruzaron y en ese momento supe que él estaba sintiendo lo mismo que yo. Ninguno de los dos podía hablar.
A. W. Cobb
Tú eres el espejo de tu madre, y ella rememora en ti los encantos de su primavera.
William Shakespeare
Al ser la quinta de siete hermanos, fui al mismo colegio público que mis tres hermanas mayores y mi hermano mayor. Todos los años, mi madre asistía a las mismas representaciones e iba a hablar con los mismos profesores. Lo único que cambiaba era el niño en cuestión. Y todos los niños participábamos en una vieja tradición escolar: la venta anual de plantas que tenía lugar a principios de mayo, justo antes del Día de la Madre.
La primera vez que me permitieron tomar parte en la venta de plantas, yo estaba en tercer curso. Quería darle una sorpresa a mi madre, pero no tenía dinero. Fui a hablar con mi hermana mayor, le conté mi secreto y ella me dio algo de dinero. Cuando llegué a la venta de plantas, elegí una con muchísimo cuidado. Me costó horrores tomar esa decisión e inspeccioné cada una de las plantas hasta asegurarme de que había escogido el mejor geranio. Después de colarme en casa con la planta, con la ayuda de mi hermana, lo escondí sobre el porche del vecino. Tenía mucho miedo de que mamá lo encontrase antes del Día de la Madre, pero mi hermana me aseguró que eso no ocurriría, y así fue.
Cuando llegó el Día de la Madre, yo no cabía en mí de orgullo al darle aquel geranio. Recuerdo cómo le brillaban los ojos y lo mucho que le gustó mi regalo.
Cuando yo iba a cumplir los quince, mi hermana pequeña estaba en tercer curso. A principios de mayo vino a hablar conmigo con mucho secreto para decirme que iba a haber una venta de plantas en el colegio y que quería darle una sorpresa a mamá. Como hizo conmigo mi hermana mayor, le di algo de dinero y allá se fue ella. Volvió a casa toda nerviosa, con el geranio escondido en una bolsa de papel, por debajo del jersey. 'Miré bien todas las plantas', me explicó, '¡y estoy segura de que he escogido la mejor!'
Con una dulce sensación de déjà vu, ayudé a mi hermanita a esconder el geranio sobre el porche del vecino, asegurándole que mamá no lo encontraría antes del Día de la Madre. Yo estaba presente cuando le dio el geranio y pude observar que las dos estaban llenas de orgullo y de satisfacción. Era como estar en un sueño que ya había soñado. Mi madre vio que estaba observando y me dirigió una sonrisa cómplice. Con el corazón en un puño, le devolví la sonrisa. Me había preguntado cómo haría mi madre para sorprenderse cuando su sexto hijo le hiciese el mismo regalo que los anteriores, pero al ver sus ojos iluminándose de gozo cuando mi hermana le dio aquel regalo único, tuve la certeza de que no estaba fingiendo.
Harriet Xanthakos
Los niños son apóstoles de Dios, enviados para predicar cada día el amor, la esperanza y la paz.
Jane Russell Lowel
Apartó la pequeña almohada roja y señaló la bolsita donde, en vez de su diente, había una moneda. '¡Mira, mamá! Mira lo que me ha traído el ratoncito Pérez. ¡25 centavos!'
Yo compartía su emoción y durante un rato charlamos sobre lo que haría con su recién adquirida fortuna. Volví a mis actividades en la cocina, pero él merodeaba por allí, en silencio, con una mirada pensativa en los ojos. 'Mamá', me preguntó por fin, '¿de verdad existe el ratoncito Pérez o eres tú quien pone el dinero en mi almohada y se lleva el diente?'
Está claro que sabía que algún día tendría que contestar a preguntas de ese tipo, pero, a pesar de siete años de preparación, no se me había ocurrido ninguna respuesta adecuada. Traté de ganar tiempo preguntándole: '¿Qué crees tú, Simon?'.
'Podría ser cualquiera de las dos cosas', razonó. 'Parece algo que podrías haber hecho tú, pero también sé que existen cosas mágicas.'
'¿Qué te gustaría pensar?', continué, todavía sin estar segura de si debía romperle el corazón o no.
'En realidad, no tiene mucha importancia', dijo con seguridad. 'Me gusta de las dos formas. Si existe el ratoncito Pérez, eso está muy bien, pero si eres tú, pues tampoco está mal.'
Llegué a la conclusión de que mi respuesta no iba a causar ninguna decepción, así que confesé que era yo su benefactora y él sonrió con satisfacción. Después le advertí que no se lo contara a su hermano pequeño, explicándole: 'Cada niño debe creer en la magia hasta que esté preparado para formular la pregunta que tú me has hecho hoy. ¿Lo entiendes?'.
'Sí', dijo, asintiendo. Se sintió muy orgulloso de asumir el papel de hermano mayor y yo tuve la certeza de que nunca metería la pata en eso de manera intencionada. Consideré la cuestión zanjada, pero él seguía merodeando por la cocina.
'¿Pasa algo más, Simon?', le pregunté.
'Sólo una pregunta más, mamá. ¿Lo sabe papá?'
Elaine Decker
©2008. A. W. Cobb, Harriet Xanthakos, and Elaine Decker. All rights reserved. Reprinted from Sopa de Pollo para el Alma de los Padres by Jack Canfield, Mark Victor Hansen, Kimberly Kirberger, Raymond Aaron. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system or transmitted in any form or by any means, without the written permission of the publisher. Publisher: Health Communications, Inc., 3201 SW 15th Street , Deerfield Beach , FL 33442.